viernes, 17 de agosto de 2012

Narración

Aguafuertes
Con los ojos del alma

Mi vida no es como la de los demás. Desde que nací fui diferente y tuve mis limitaciones. Siempre necesité ayuda para hacer mis cosas como, por ejemplo, para cruzar la calle. Desde chico fui a una escuela donde todos eran como yo, pero yo sabía que nosotros no éramos como el resto del mundo, no veíamos el mundo a colores como los demás, directamente no veíamos.
Más allá de no poder ver, siempre fui una persona normal. Tenía mis limitaciones, es lógico, a medida que fui creciendo fui lanzándome más a la vida. Comencé a jugar al fútbol en una escuela especial, salía con un pequeño grupo de amigos que me había hecho jugando a la pelota, escuchaba música y hasta intenté tocar algún instrumento musical.
Podía decir que a mis 16 años llevaba una vida prácticamente normal. Sin embargo, siempre se suscitaba el mismo problema. Mis hermanos tenían la costumbre de ver una película después de cena. Yo intentaba acercarme a la televisión y ellos describirme lo que veían. Sin embargo, luego de varios minutos ellos se cansaban de hablar y yo me quedaba con las ganas de escuchar.
Ese fue un tema que muchas veces discutí en casa, pero por más voluntad que mis hermanos querían poner, siempre me quedaba sin “ver” la película.
No fue hace mucho tiempo, quizás hace tres años. Mi mamá llegó de la calle con una noticia para contarme. Ella había leído en el diario que la gente del Centro “Luis Braille” había estado trabajando en un proyecto de películas para ciegos y que este viernes se estrenaban a las 14 horas. En ese momento sentí una gran alegría. Estábamos a miércoles y solo faltaban 48 horas para poder ir a ver una película. Ni siquiera me importaba cual  sería. Tampoco recuerdo haberle preguntado a mi mamá, y si me lo dijo, no la escuche por la emoción que tenía.  
Fueron los dos días más largos de mi vida. Era algo nuevo para mí. La incertidumbre de saber cómo sería transitaba por mi cabeza varias veces por hora y, por más que pensaba, no lo podía imaginar.
Finalmente llegó aquel viernes. Recuero  no haber dormido, o haberlo hecho muy poco la noche anterior. A medida que pasaban los minutos me encontraba más contento y en mi casa se vivía un ambiente diferente, como aquel día en que mi prima decidió casarse, va una coma este viernes también era un día festivo.
Almorzamos rápido, me bañe y para cuando salí al baño recuerdo haber identificado los olores de mis padres y mis dos hermanos, se sentían bien perfumados y yo me los imaginaba a todos de saco y corbata, vestidos de gala.
Salimos de casa caminando, estábamos cerca del lugar donde emitían la película “El secreto de sus ojos”.  A pesar de que sabía que mis hermanos la habían visto en el cine,  decidieron acompañarme igual, era un plan para toda la familia.
Cuando llegamos, recuerdo que les ofrecieron la oportunidad de taparse los ojos con una venda para que puedan sentir la película de la misma forma. Nos sentamos en nuestras butacas y pocos minutos después el filme comenzó a correr. Las voces, las descripciones, era un marco perfecto, pero lo ideal era que yo estaba en un cine junto a mi familia, como me contaba mi mamá que lo hacía cuando era una niña y su tía llevaba a los “pequeños” al cine del domingo por la tarde. 


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